viernes, 26 de agosto de 2011

El don de la incomunicacion



Nuestra naturaleza es sobre todo curiosa, cuando andamos por la calle nuestras piernas y pies se coordinan gracias al cerebro para caminar de forma fluida y constante. Cuando comemos, nuestra boca, nuestro estomago e intestinos se aúnan para hacer funcionar la digestión, incluso nuestros ojos y oídos unen sus fuerzas para dar un resultado audiovisual retransmitiendo al cerebro todo lo que vemos y oímos. El cuerpo es increíble, sin embargo nosotros mismos no. Somos capaces de transmitir información a través de palabras, escritas o habladas, a través de gestos, a través del tono, e incluso con una sola mirada, y sin embargo nos complicamos la vida poniendo obstáculos, muros, que a pesar de ser invisibles, en realidad nos privan de todo. Esos muros que no se ven son capaces de separar familias enteras, de enemistar a dos personas que se conocen desde pequeños, incluso de hacer que la persona mas romántica del mundo pierda su esencia y se malogre hasta despertar una bestia incapaz de apreciar nada. Creamos estos muros por miedo, por vergüenza, por el orgullo que tenemos, por la falta de información concreta y el paso del tiempo, que deja momentos incómodos en el aire, que deja que se puedan cortar las tensiones con el paso de una persona por medio. Tenemos miles y maneras de vivir, y elegimos la mas complicada, la que nos retiene, impide y paraliza, aquella que lo hace todo mucho mas difícil e inaccesible de lo que es, y simplemente por no dar el primer paso. En este caso parece ser que al miedo se le han unido otros rasgos y estos mezclados son mas intensos que por su cuenta. Podemos pegarnos horas, días, semanas, meses, años e incluso hasta que la muerte se nos lleve sin hablar, sin vernos, sin aclarar la tontería mas grande del mundo, pero el resultado es el mismo, si al final se soluciona, todo es un mal entendido, una tontera, o simplemente un problema que tiene fácil solución, sea de la forma que sea, no debería ser necesario llegar a tales extremos, pues una conversación, una simple conversación con el corazón abierto, las palabras adecuadas y el tiempo necesario pueden poner punto final a ese gran muro de metacrilato que nos distancia tanto.

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